20 feb 2016

¡Cuánta falta me hacía estar conmigo!

Estoy a gusto ¿sabes? 
Sí, en esta soledad donde sólo hay paz. 
No hay dramas, todo es tranquilo... No hay que dar explicaciones de nada, pues nadie las necesita y sólo se puede descubrir y disfrutar el silencio. 

Tiene un halo mágico, o algo así, qué se yo... Sólo sé que la hace brillar. 
Quizás sea él, el que llene sus días con un toque de color melancolía, pero los llena sea como sea y, curiosamente, es hermoso pues los hace especiales.

Pero es que, me siento realmente bien. Con ella no existe el vacío, ya que la soledad no es estar solo. Siempre ando con ella, y conmigo... ¡Y cuánta falta me hacia estar conmigo! ¡Cuánto me podía echar de menos!

Durante años, descuidé demasiado mi querida soledad. La dejé abandonada y marginada sin ofrecerle importancia alguna pues, en el fondo, me horrorizaba, como a todo aquel que mira pero no ve. Hasta que supe mirarla, verla y observarla de la manera en la que merece, hasta que la comprendí.

Desde entonces sentí que la soledad es como subir a la cima de la montaña más alta e inspirar hasta que no quepa más oxigeno en tus pulmones, soltándolo de golpe, en un silencioso grito que sólo tú puedas oír, que sólo a ti te calme, te desahogue. Que te llegue a conectar contigo mismo.

Porque al final la soledad, es eso, un desahogo, un contacto, un respiro, una parada y un importante y necesario descanso del alma, con el que tu interior finalmente contacta contigo diciendo: "Vale, ya estás listo. Hemos arreglado las cicatrices, el desorden y tus destrozos, ahora, puedes continuar."



Atte. Sandra