Cuando eres pequeño, el mundo es genial. Todo es fácil, todo
es posible y lo intentas sin miedo, aunque acto seguido te caigas y te rompas
un brazo o te eches las rodillas abajo.
Por desgracia, no se es niño eternamente.
Creces y mientras
tanto tu familia, tus profesores y, en general, tu entorno van educándote.
Sin embargo, realmente, no te educan, te frenan.
Te cortan
las alas. Te hacen olvidar que eres capaz de lo que sea.
Te regañan si te
caes en vez de consolarte y apoyarte por haber intentado saltar esos dos
escalones demasiado grandes para ti, sabiendo que, minutos antes, te habían
avisado de que te caerías.
Te dicen que a lo que
te quieres dedicar (futbolista, bailarín, cantante, astronauta, y un largo etc.)
es una pérdida de tiempo porque es difícil ganar dinero con ello, o porque
simplemente ser médico o arquitecto (por ejemplo) es una profesión mucho más
respetable que cualquier otra que realmente te haga feliz, sea cual sea.
Conforme creces, te limitan capacidades en vez de ayudarte a desarrollarlas. Te regañan cuando lo haces
mal, pero no te "premian" cuando lo haces bien.
Sólo importa lo malo.
Únicamente importan las veces que has
metido la pata en vez de todas las veces que lo has intentado y todo el esfuerzo que has empeñado en hacerlo,
porque claro, es lógico, las veces que fallas es lo que demuestra que eres un cazurro y que eso que quieres
conseguir no es lo tuyo, porque no se te da bien y por lo tanto debes de ser y
hacer lo que ellos digan. Porque, cómo
no, ellos tienen razón.
Un momento.
Puede que tengan razón. Quizás seas un cazurro para el baile porque cuando te mueves pareces un pato mareado. Pero han de darse cuenta de que es lo que te hace feliz. De que es a lo que te quieres dedicar, y de que por mucho que falles y por muy pato mareado que parezcas, no vas a parar hasta que lo consigas.
Puede que tengan razón. Quizás seas un cazurro para el baile porque cuando te mueves pareces un pato mareado. Pero han de darse cuenta de que es lo que te hace feliz. De que es a lo que te quieres dedicar, y de que por mucho que falles y por muy pato mareado que parezcas, no vas a parar hasta que lo consigas.
Deben de hacerlo, porque ellos no son tú y tu no
eres ellos. Ellos tienen su vida y tú la tuya y cada cual la vive de la manera
que más feliz le hace. O al menos así debería de ser.
Si algún día tu hijo o hija quiere ser, quién sabe, actor o actriz,
por favor, anímale a serlo, ayúdale a que
lo consiga, a que aprenda. Apóyale cuando no le salga ese párrafo del guión,
anímale en esa primera, segunda o tercera actuación en la que se haya
equivocado. Nadie nace aprendiendo.
Haz con él o ella lo que no hicieron contigo, aunque luego el o ella decida que no es lo que realmente quiere hacer, aunque quizás luego sí que
quiera ser ese médico/a o arquitecto/a que querías que fuera.
Y jamás pienses que
ha sido una pérdida de tiempo o de dinero, porque lo que harás, será educarle
de verdad. Demostrarle que si lo intenta una y otra vez aunque falle, se
convierte en ganador. Que no siempre las cosas salen bien y que la vida no es fácil,
pero que cuando sea así, tu estarás ahí para apoyarle incondicionalmente, sin
reproches y sin echar cosas en cara.
Le enseñarás a sacar lo mejor de él o ella, a ser ellos
mismos sin miedo al qué dirán, a hacer lo que realmente quieren sin importar cuantas
piedras tendrá el camino, sabiendo que aunque se caigan, jamás estarán solos. Y
a mostrarles que con esfuerzo conseguirán todo lo que se propongan.
Y eso, lo sabrán.