24 ago 2015

No les cortes las alas, enséñales a volar.

Cuando eres pequeño, el mundo es genial. Todo es fácil, todo es posible y lo intentas sin miedo, aunque acto seguido te caigas y te rompas un brazo o te eches las rodillas abajo.
Por desgracia, no se es niño eternamente. 
Creces y mientras tanto tu familia, tus profesores y, en general, tu entorno van educándote.

Sin embargo, realmente, no te educan, te frenan. 
Te cortan las alas. Te hacen olvidar que eres capaz de lo que sea. 
Te regañan si te caes en vez de consolarte y apoyarte por haber intentado saltar esos dos escalones demasiado grandes para ti, sabiendo que, minutos antes, te habían avisado de que te caerías.
Te dicen que  a lo que te quieres dedicar (futbolista, bailarín, cantante, astronauta, y un largo etc.) es una pérdida de tiempo porque es difícil ganar dinero con ello, o porque simplemente ser médico o arquitecto (por ejemplo) es una profesión mucho más respetable que cualquier otra que realmente te haga feliz, sea cual sea.

Conforme creces, te limitan capacidades en vez de ayudarte  a desarrollarlas. Te regañan cuando lo haces mal, pero no te "premian" cuando lo haces bien.
Sólo importa lo malo. 
Únicamente importan las veces que has metido la pata en vez de todas las veces que lo has intentado  y todo el esfuerzo que has empeñado en hacerlo, porque claro, es lógico, las veces que fallas es lo que demuestra  que eres un cazurro y que eso que quieres conseguir no es lo tuyo, porque no se te da bien y por lo tanto debes de ser y hacer lo que ellos digan.  Porque, cómo no, ellos tienen razón.

 Un momento. 
Puede que tengan razón. Quizás seas un cazurro para el baile porque cuando te mueves pareces un pato mareado.  Pero han de darse cuenta de que es lo que te hace feliz. De que es a lo que te quieres dedicar, y de que por mucho que falles y por muy pato mareado que parezcas, no vas a parar hasta que lo consigas.
Deben de hacerlo, porque ellos no son tú y tu no eres ellos. Ellos tienen su vida y tú la tuya y cada cual la vive de la manera que más feliz le hace. O al menos así debería de ser.

Si algún día tu hijo o hija quiere ser, quién sabe, actor o actriz, por favor,  anímale a serlo, ayúdale a que lo consiga, a que aprenda. Apóyale cuando no le salga ese párrafo del guión, anímale en esa primera, segunda o tercera actuación en la que se haya equivocado. Nadie nace aprendiendo.

Haz con él o ella lo que no hicieron contigo, aunque luego el o ella decida que no es lo que realmente quiere hacer, aunque quizás luego sí que quiera ser ese médico/a o arquitecto/a que querías que fuera.

Y  jamás pienses que ha sido una pérdida de tiempo o de dinero, porque lo que harás, será educarle de verdad. Demostrarle que si lo intenta una y otra vez aunque falle, se convierte en ganador. Que no siempre las cosas salen bien y que la vida no es fácil, pero que cuando sea así, tu estarás ahí para apoyarle incondicionalmente, sin reproches y sin echar cosas en cara.

Le enseñarás a sacar lo mejor de él o ella, a ser ellos mismos sin miedo al qué dirán, a hacer lo que realmente quieren sin importar cuantas piedras tendrá el camino, sabiendo que aunque se caigan, jamás estarán solos. Y a mostrarles que con esfuerzo conseguirán todo lo que se propongan.

Y al final,  aunque lo que ellos quieren no es lo que a ti te gustaría que hicieran, entenderás que lo que a ti te gustaría no es siempre la mejor opción para ellos, lo que los hará felices. Pero estarás haciendo lo correcto porque aún así, les apoyarás hagan lo que hagan, hasta el final. 
Y eso, lo sabrán.